jueves, 8 de marzo de 2012

El no sé



Algunos vivimos atesorando conocimientos, con la idea de que  cuando sepamos aquello que nos falta, entonces hallaremos la felicidad. Tememos no saber, parecer ignorantes nos da vergüenza.  Y aunque mucho de lo que sabemos no sirve para nada y son muebles viejos en nuestro desván craneal, la mente hiperactiva llena huecos, aparentando hacia nosotros mismos y hacia los demás que sabemos lo que no sabemos, porque si admitiéramos la verdad, tendríamos que reconocer que no sabemos nada. Y no saber nada, en nuestro mundo, parece de tontos.


Pero si uno sinceramente se relaja en la verdad de que no sabe nada, de que en realidad nadie sabe nada, la mente llega al conocimiento más importante: la mente sabe que no sabe. De repente los pensamientos se derriten como una pared de lodo, la consciencia percibe que ningún concepto, ninguna creencia puede atrapar la verdad de lo que representa. El lenguaje es mentira, los pensamientos un engaño. Es entonces cuando la mente se echa a dormir. Sin esfuerzo los pensamientos, conscientes de su debilidad, se rinden y se apagan.



¿Y qué pasa entonces? ¿ Se vuelve uno tonto? A la mente le encantan estos acertijos. Lo que pasa es que despertamos al hecho de que la vida es un misterio. Quiénes somos es un misterio, los demás son un misterio, cada árbol, cada paloma, todo es un gran misterio. En estos momentos de lucidez, la consciencia percibe la realidad última y el mundo deja de ser una sombra de datos para despertar, palpitante, sagrado. Todo cobra vida y se vuelve único, los niños en el parque, un coche que pasa, el color del atardecer, el olor de la lluvia. Salimos del capullo de oruga y en el mundo es primavera.


Sócrates apuntaba a esta realidad cuando dijo "lo único que sé es que no sé nada". El libro místico anónimo del siglo XIV, la nube del no saber,  va más lejos y afirma que cuando la mente no sabe, el alma está con Dios, cuyo idioma preferido es el silencio.




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