Qué es la consciencia

La consciencia en realidad es algo que sucede, una experiencia y no puede ser expresado con palabras. Cualquier cosa que se diga sobre ella va a ser una corrupción de la pureza que expresa esa realidad. Pero si nos quedamos en esto, entonces no hay palabras, no hay enseñanza y tampoco aprendizaje. Por eso, con mucha precaución introduzco algunas definiciones que me parecen útiles. Son maneras de mirar a la misma infinita realidad desde unos cuantos finitos puntos de vista. Son conceptos útiles para realizar algunas prácticas. No son verdades, no son creencias, no son ideas que hay que creer, no es una teología ni filosofía ni nada así. Son solo instrumentos útiles listos para ser desechados cuando llegue el momento.

La consciencia como atención
 Cuando decimos que somos conscientes de algo, en realidad nos referimos a que nos damos cuenta de algo. Este darse cuenta es equivalente a prestar atención. Soy consciente de un árbol quiere decir que mi atención se dirige hacia un árbol.  Algunas prácticas de meditación fortalecen esta faceta de la consciencia, son las llamadas prácticas de atención en un punto, como cuando estemos sentados y practicamos la meditación de la atención en la respiración; o  como la atención plena en la vida cotidiana mediante la cual prestamos atención las sensaciones sensoriales (olores, tactos, sabores, sonidos, objetos visuales). Con ello nuestra atención se hace más fuerte.

La consciencia como espacio vacío
A partir de este momento, cuando la concentración se ha fortalecido, seremos capaces de distinguir aquello que observa (el yo testigo) como un espacio de fondo, una especie de pantalla donde suceden las sensaciones, pensamientos, emociones.
El hecho de que podemos ser conscientes de nuestros pensamientos indica que no somos nuestros pensamientos. De igual manera, podemos observar nuestras emociones pero no somos nuestras emociones. Cualquier cosa que entre por nuestros sentidos: el olor de una rosa, el ladrido de un perro, lo percibimos pero no somos esa cosa. Entonces… ¿Quién somos? Esta es una gran pregunta llena de carga espiritual y en última instancia imposible de contestar. Somos lo inefable. Si queremos decir algo más concreto, somos esa consciencia que percibe la realidad. En cualquier caso lo importante no es una respuesta conceptual si no la respuesta experiencial que se logra con la práctica. Lo importante no es saber definir la consciencia sino sentirla y ser capaces de vivir desde allí. Las personas que han meditado conocen la experiencia de la consciencia como vacío, saben que hay momentos, por ejemplo en contemplación profunda, cuando la consciencia se puede percibir sin contenido, como vacío puro. No hay percepciones en absoluto, como si el meditador y el mundo desaparecieran por completo y a la vez surgiera una intensa sensación de estar alerta y de existir.

Para tener una primera experiencia de la consciencia como espacio se puede realizar un sencillo ejercicio. Cierra los ojos y espera con atención para ver cuál es el primer pensamiento que surge.
Lo más probable es que haya pasado un rato en el que no había pensamientos, simplemente había una sensación de espacio vacío. Otra manera de observarlo es mediante un ejercicio parecido. Vuelve a cerrar los ojos y durante un par de minutos observa tanto los pensamientos como el espacio que hay entre ellos. El hueco entre que termina un pensamiento y surge el siguiente. No elijas. Si hay pensamiento , míralos, si hay espacio, míralo, no elijas una cosa sobre otra. Probablemente después de un rato hayas podido percibir en algún momento el espacio entre pensamientos.

En cualquier caso, el reconocimiento y fortalecimiento de la consciencia es un proceso, se va aprendiendo y es uno de los pilares fundamentales de la meditación. Cada vez se reconoce con mayor facilidad y cada vez tiene mayor intensidad gracias a la práctica. La consciencia suele pasar desapercibida porque no tiene forma, es como el espacio ( ¿o es el espacio?). En una habitación se ven los muebles, la cama, pero el espacio no. Casi se podría afirmar que no existe, no lo vemos, no solemos ser conscientes de su presencia, sin embargo es lo que permite que todo exista. Sin espacio no podría haber mesas, ni sillas, ni podríamos existir nosotros.

La consciencia como fuerza viva transformadora
En otro nivel aún más profundo y más difícil de explicar a alguien que no lo haya experimentado, la consciencia es una fuerza transformadora. Es en este significado donde más se asemeja al sentido de espíritu. La consciencia tiene unas características como la sabiduría, la creatividad, la paz que se van regando y transmitiendo en las personas. Cuando alguien está en un nivel de consciencia elevada, siente que sus pensamientos son de más calidad, más creativos. Los artistas sintonizan consciente o inconscientemente con esta característica de la consciencia. Por eso lo describen como si una especie de musa les chivara las respuestas al oído. Realmente es esa la sensación, porque las respuestas creativas no vienen del pensamiento, de la mente que solemos identificar con nuestro yo. El pensamiento solo tiene ideas recauchutadas del pasado. En un lugar mas profundo, la consciencia es una nube de no saber. La sabiduría se convierte en consciencia de la ignorancia.  De que ningún concepto, creencia o pensamiento son , mirados con profundidad, verdaderos. 

La consciencia como verdadera naturaleza
La consciencia es la raíz de nuestro ser. La sensación de existir proviene de ella. Por eso los sabios de la India para conectar y fortalecer la consciencia hacen una meditación que consiste en preguntarse ¿Quién soy yo? O ¿Qué soy yo? La respuesta que buscan no es intelectual sino que pretenden trascender la mente y llegar al núcleo de la sensación de existir, de vivir. Pretenden que la atención se vuelva sobre si misma. Que la atención observe aquello que presta atención. Esto puede ser aterrador al principio, porque uno puede ver que el yo es vacío. Uno puede darse cuenta de que lo que uno creía ser es sólo un concepto, un nombre. Eso que puede dar vértigo al principio, es la puerta de la libertad.

Uno no es algo, uno simplemente es. Inmenso, inefable. Cuando una persona se da cuenta no intelectualmente, sino con las entrañas de que su verdadera naturaleza no viene definida por un autoconcepto, ni un nombre, ni un cuerpo, sino por la inmensa e indefinible consciencia, ahí empieza el despertar. Ese es el primer gran descubrimiento espiritual. La primera gran revelación. Se percibe que somos algo que no es del mundo, que es trascendente. Cuando encaramos la vida desde allí, desde ese AHORA mágico, parece que el mundo se viste de poesía, y las actividades más cotidianas tienen un sabor de profunda y enigmática alegría. En esos momentos el yo de andar por casa se echa a un lado y en su lugar… y en su lugar no queda nada, sólo un espacio, un vacío espeso y denso de vida. Ese es nuestro yo más verdadero, el núcleo de nuestro ser, nuestro ser más íntimo. En ese momento, la consciencia es capaz de conocerse a si misma. Como si un espejo se enfrentase a otro espejo y mostrase el infinito. Todo esto viene acompañado de una gran sensación de paz, alegría y completud. La sensación de que hemos llegado a casa. Los deseos cesan porque ya no hay nada que buscar, ningún lugar al que ir. Nueestro SER siente y percibe que estamos en el mejor momento y lugar posibles.

A partir de este momento la fe da lugar al “lo sé”. El riesgo en este punto es que la espiritualidad se divorcie del mundo, que se rechace el yo condicionado y el llamado mundo de las formas, de lo corpóreo. Ni se es del mundo, ni se está en el mundo. Pero sí se ve la humanidad como una mezcla nutricia del yo y el alma entonces se puede estar en el mundo sin pertenecer del todo a él. A partir de aquí hay una dialéctica entre el yo y la verdadera naturaleza. El espíritu penetra en la consciencia individual y la va transformando, la va modelando para que sea una vasija más adecuada para llevar el néctar más preciado. A la vez, el pequeño yo permite que esa gran inmensidad se identifique con lo individual, con aquello que es único y así pueda interactuar en el mundo de las formas.

El descubrimiento del ser espiritual es uno de los momentos más importantes del viaje espiritual. Pero eso, aunque maravilloso, es sólo el principio del camino. El descubrimiento del verdadero yo suele venir acompañado de una intensa sensación de paz, amor y alegría. Quizás la nota más característica es la sensación de completud. Dejamos de vernos como seres indignos que necesitan cambiar o mejorar o conseguir tal o cual cosa. Es la sensación de felicidad plena y la convicción de que su hallazgo es interno, independiente de las circunstancias externas. La sensación de que hemos llegado a casa. Lamentablemente la experiencia no suele acabar aquí. Más pronto que tarde, dependiendo de la persona, el ego vuelve a hacer su aparición.


1 comentario:

  1. Hola Caminante!
    Te agradezco esta frase: "distinguir aquello que observa (el yo testigo) como un espacio de fondo, una especie de pantalla donde suceden las sensaciones, pensamientos, emociones".
    Esa imagen "espacio de fondo, una especie de pantalla" me hizo un click que me permitió ver de otra manera muchas cosas que leí y tengo que volver a leer gracias a vos, para comprenderlas.
    Otra vez, gracias.
    Amelia

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