martes, 1 de noviembre de 2011

El rechazo y el apego, los escudos del ego

                                                  
Tanto el aferramiento como el rechazo son fuente de insatisfacción. El aferramiento consiste en una lucha interna contra la inevitabilidad del cambio y la impermanencia. Queremos agarrarnos a las situaciones y a las personas que queremos, así como a las sensaciones y situaciones agradables. Pero el placer es momentáneo y siempre va seguido de su contrario, el dolor. Sólo cuando aceptamos esto con nuestra cabeza, corazón y entrañas entramos en el reino de la paz.
El rechazo, por otro lado, nos hace huir de determinadas situaciones que nos provocan dolor. Muchas veces lo hacemos escapándonos mentalmente y dejando que el pensamiento nos distraiga del presente, o a veces nos cerramos en una coraza que nos impide sentir dolor pero también nos aleja de los demás y de emociones sanadoras como son la compasión y el amor. 
Se requiere mucho valor para estar en el presente desnudo mostrando y sintiendo la vulnerabilidad del corazón. Ese corazón de la tristeza es el mismo que nos permite amar y amarnos. Pero a eso sólo puede acceder si se está con el miedo y el dolor sin reprimirlo ni dejarse llevar por él.
Por lo tanto el apego y el rechazo nos hacen divorciarnos de la vida y de su manifestación en cada instante del presente. Nos separan de lo que es, de aquello que sucede y por lo tanto son los medios por los que se fortalece el ego: la sensación de ser un yo permanente y separado en un mundo ajeno y amenazante. 

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